Robert Cortell BLOC-QUEIG
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divendres, 15 de gener de 2021
"AZAR", DE "OTRAS VOCES"
dissabte, 9 de gener de 2021
"DESASOSIEGO", DE "OTRAS VOCES"
dilluns, 28 de desembre de 2020
"REVELACIÓN", DE "OTRAS VOCES"
dimecres, 16 de desembre de 2020
UN CONTE DE JULIO CORTÁZAR
diumenge, 6 de desembre de 2020
"REMORDIMIENTO", DE JOSÉ HIERRO
dimecres, 25 de novembre de 2020
"EL CUSTODI", DE TROLLOPE
dissabte, 14 de novembre de 2020
SOBRE LA NOVA ULTRADRETA
L’historiador Steven Forti (Trento, 1981) és investigador
de la Universidade Nova de Lisboa i professor en la Universitat Autònoma de Barcelona,
especialitzat en feixisme i transfuguisme polític als anys 30 del segle passat. És coautor del llibre
Patriotas Indignados: Sobre la nueva ultraderecha en la Postguerra
Fría. Neofascismo, posfascismo y nazbols (Alianza Editorial,
2019), i ha estat entrevistat per Guillem Martínez en la revista digital CTXT.
En sembla molt interessant l’entrevista, publicada el dia 12 de novembre de 2020, perquè Forti és un intel·lectual que va a l’essència de les coses, i no es deixa enganyar per les etiquetes. Fa una lectura, des de la universalitat, de fenòmens culturals, polítics i electorals que estan produint-se en distintes parts del món.
El que transcric a continuació és un extracte de l’entrevista.
Me ha sorprendido el árbol genealógico del posfascismo. Su origen en el Este europeo, y no, como viene siendo común observar, en los USA, emisor desde los setenta de elementos raros y sumamente novedosos. Otra sorpresa es la ausencia de nexo obvio con los fascismos anteriores. Sobre lo primero, ¿cómo llega a influenciar tanto esa nueva ultraderecha en los USA? Sobre lo segundo, ¿están tan alejados los posfacismos de sus abuelitos?
Lo primero: son procesos en cierto sentido paralelos y, en algunos casos, independientes. Tanto lo que pasa en Europa como lo de Estados Unidos se inserta en una época marcada por el fin de la Guerra Fría, la hegemonía neoliberal y la paulatina crisis de las democracias liberales. Las influencias, pues, son recíprocas. Por un lado, lo que pasa en el Este llega a Europa occidental, sobre todo tras la ampliación de la UE en 2004. Por el otro, en Estados Unidos se dan procesos propios, hijos de las transformaciones de la sociedad americana. Todo esto se junta hace una década. No es que antes no existiese, los gérmenes estaban ahí, pero estalla tras la crisis de 2008-2010. Y se mezcla a nivel global. No perdamos de vista el papel de grandes lobbies transnacionales, como el de las armas. O los integristas cristianos.
Sobre lo segundo: es evidente que hay elementos de continuidad –pensemos en el ultranacionalismo, la mitificación de un pasado presentado como una Arcadia feliz, la búsqueda de un enemigo, etc.–, pero el mundo ha cambiado –mucho y muy rápidamente–, y las ultraderechas también. Se mueven como pez en el agua en las grietas de nuestras sociedades multiculturales y juegan para convertir esas grietas en fracturas, yendo más allá de los clásicos clivajes izquierda-derecha. Las ultraderechas han entendido que se debe dar la batalla cultural –ahí es clave la figura de Alain de Benoist y la reflexión que hace desde los setenta–, y que se debe abandonar la lógica autoguetizante: dejar la esvástica, el saludo romano y la cabeza rapada, y ponerse una americana y una camisa blanca. Dejar de hablar del racismo biológico y pasar a conceptos más digeribles en la Europa posterior a Auschwitz, como etnopluralismo y diferencialismo. Poner en un cajón los eslóganes que huelen a azufre y hablar el lenguaje popular, defender el supuesto “sentido común”. Ojo, neofascistas y neonazis sigue habiendo, pero siguen siendo ultraminoritarios. Lo demás, es decir Trump, Salvini, Le Pen, Orbán, etc., es una nueva ultraderecha, una extrema derecha 2.0.
¿Qué y quiénes son los posfascismos en España? ¿Están ya formulados? ¿En un partido? ¿En varios? ¿Esos partidos se autoidentifican como tales? ¿El electorado los identifica como tales?
Difícilmente esos partidos se identifican como posfascistas o ultraderechistas. Ni aquí ni en Lima. Juegan con confundir las cosas. Afirman a menudo que izquierda y derecha son categorías superadas. Reivindican, a veces, también figuras de la izquierda del pasado. Dicen defender el sentido común. Fíjate en el lema que utilizó Salvini para las europeas de 2019: “Hacia una Europa del sentido común”. Te lo dice todo. Así que no puede extrañarnos que muchos electores no los identifiquen como ultraderechistas. En España, todo es muy líquido aún. Hay de todo, para entendernos. Por un lado, hay una formación, Vox, que se enmarca claramente en esta nueva ultraderecha global. Por otro lado, hay sectores ultraminoritarios que trabajan en la transformación del neofascismo, como Hogar Social Madrid o Bastión Frontal, mirando a las experiencias de CasaPound en Italia o a los identitarios franceses. Y luego hay un magma de más difícil categorización. En primer lugar, el PP que, más allá de la respuesta de Casado a Abascal en el Congreso, está viviendo un paulatino proceso de ultraderechización, como les pasó a los tories británicos que se ukipizaron, se ultraderechizaron. Sería lo que Eatwell y Goodwin llaman un “nacionalpopulismo ligero”. En segundo lugar, hay todo un entramado formado por asociaciones y lobbies, como Hazte Oír. Y en tercer lugar, está el caso de JxCAT, una amalgama nacionalpopulista que en Europa miran con recelo: no es casualidad que el único que se sacó una foto con Puigdemont en el Europarlamento fuese Nigel Farage.
El procés ha sido la declinación catalana de la ola
populista global. Bebe de un mismo clima cultural y se inscribe en la misma
fase histórica. Dentro del independentismo hay de todo, también sectores
ultraderechistas, trumpianos, aunque rechacen esta etiqueta. Basta con fijarse
en dinámicas muy presentes en esta última década como la sentimentalización de
la política, la victimización, el rechazo de la legitimidad de los adversarios
políticos, la concepción monista y antipluralista del pueblo, la ausencia de
límites a la soberanía popular… Es lo que se define como “mayoritarismo
extremo”. Y esto se junta con una renovada obsesión por la soberanía y un
marcado repliegue identitario. Con un elemento novedoso: la presencia de
entidades no elegidas, como el famoso “estado mayor” o “sanedrín” del procés.
Son organismos que no responden ante nadie. El fantasmagórico Consell de la
República va en la misma línea. Si lo miras bien, no falta nada en el procés:
fíjate en la utilización de la posverdad y los bulos –el mito del “Espanya ens roba” se parece mucho a lo del
brexit y el dinero “robado” por la UE al Reino Unido–, la reivindicación
constante de la democracia directa o los referéndums –es lo que defendía Le Pen
en su programa de 2017–, o lo que Hofstadter llamaba el “estilo paranoico de la
política” –con difusión de teorías del complot, como lo de que el 17-A fue un
atentado del Estado–. Incluso no faltan expresiones supremacistas y xenófobas
hacia lo español. ¿Te parece normal que la expresidenta del Parlamento, Núria
de Gispert, le diga a la líder de la oposición que debe marcharse de Cataluña?
¿O que un expresidente de la Generalitat, Artur Mas, o el presidente de la
Cámara de Comercio de Barcelona, Joan Canadell, hablen del ADN catalán? Si lo
suelta Trump o Salvini, todo el mundo les dice que son unos “fachas”. Aquí en
cambio parece normal.
La cosa covid parece ser un referente para esos movimientos, que se presentan como la lucha por la libertad en pandemia. ¿Han jugado bien esos movimientos por aquí abajo?
Han copiado lo que han visto en otras latitudes, Estados Unidos y Brasil principalmente. Basta que mires a Vox y las protestas del barrio de Salamanca. El objetivo es el mismo en todos lados: polarizar y crispar para luego pescar en río revuelto. Salvini hizo lo mismo. Los negacionistas alemanes también. Aquí, sin embargo, se ha visto una mayor crudeza. Hablar de gobierno ilegítimo y asesino, por ejemplo. Giorgia Meloni, que es presidenta del grupo de los Conservadores y Reformistas Europeos, del que es miembro Vox, no se atrevería en Italia. Y esto, por aquí abajo, se junta con un toque ‘latinoamericano’, muy presente en las derechas españolas. Ya sabes, el peligro chavista-bolivariano-comunista. Una verdadera obsesión por estos lares.
Diría, hasta que usted me lo confirme, que esa nueva ultraderecha, española y catalana, apuesta por un 2021 negro. ¿Se le ocurren fórmulas para que sea menos negro democráticamente?
Que lleguen realmente las ayudas a quien las necesita. Que se refuerce el Estado del bienestar. Que se aplique un plan de recuperación serio para utilizar los fondos europeos. Que se trabaje en una reforma de calado del sistema económico español, demasiado dependiente del turismo y el ladrillo. Que se trabaje para recuperar la confianza de la ciudadanía en las instituciones. Que los partidos políticos dejen de crispar y busquen consensos. Que los medios hagan realmente su trabajo, sin transformarse en un megáfono de los bulos de la ultraderecha. Que se condene el hate speech online. En síntesis, lo que viene a ser lo mismo: que nos toque a todos el Gordo de Navidad.
dissabte, 31 d’octubre de 2020
POETA CAPTIVAT
dijous, 15 d’octubre de 2020
INFÀNCIA
indefugible,
gran o petit,
però intangible.
No el puc remoure,
perquè és com és,
i així m’enllaça
al seu bagatge;
car sóc qui sóc,
no qui vull ser,
i no em puc veure
noble i magnànim,
sinó abocat
al despropòsit,
covard i exànime.
sense guarir-me
de la recança
que –esperonada
per tants records–
creix i revifa
neguits d’infant;
com quan els vells,
vora la llar,
enraonaven
del meu futur,
i jo callava,
res no entenia,
tan sols mirava.
dissabte, 3 d’octubre de 2020
Les regles de joc
Una de les característiques més destacades de les actuals societats postmodernes és que potencien de manera desaforada les emocions dels individus, en detriment d'altres facetes de la personalitat humana com la racionalitat. D'aquesta manera, els individus no s'agreugen per idees, ni tan sols per interessos, sinó per sentiments i emocions, que és una manera molt poc consistent d'agreujar-se, perquè els éssers humans som una passió impossible: sempre en volem més, mai ens donem per satisfets.
El principal efecte que es deriva de tanta emotivitat és la feblesa social, perquè un individu que no té les idees clares, ni és capaç de mirar més enllà del que ell sent o li abelleix a cada moment, no pot integrar-se en grups socials sòlids. Abans al contrari, el que es produeix és una important fractura social que recorda al famós "divideix i venceràs", perquè els col·lectius en què s'integren els individus no responen a reivindicacions o compromisos essencials, sinó més aviat al capritx o a una part molt xicoteta de la realitat. Per tant, quan les emocions canvien, els grups es divideixen més i més, perquè tots els seus components són centres de la creació.
Ens trobem, per tant, davant d´un liberalisme de nou encuny, que no persegueix el desenvolupament integral de les potencialitats de cada individu, sinó més aviat dissoldre'l en col·lectius incapaços d'inquietar als que posseeixen el poder polític i econòmic. Fet i fet, es retalla la part racional de l'individu i es potencia la part emocional, i aquesta descompensació origina una ablació de l'esperit crític i de la sociabilitat ben entesa, és a dir, la que es preocupa pel bé comú.
El que predomina és el capritx de cadascun, i la manera de generar pau social s'assembla al també famós "pa i circ" dels romans: es fa creure als nostres ciutadans que el que ells desitgen és el més important, que no és mai el que convé a tothom. D'aquesta manera, es pot arribar fàcilment a la conclusió, en una època de pandèmia, canvi climàtic, crisi política i econòmica, que l'única cosa que importa és el que a mi em passa, per xicotet que això siga. Per tant, allò que realment importa queda relegat a un segon plànol en bé dels capritxos més diversos, que no responen a cap visió de conjunt ni de futur.
Els populismes exploten molt bé aquesta desestructuració social, perquè saben com atraure els seus votants mitjançant l'enfrontament entre grups dividits. El greuge comparatiu és per a ells un autèntic filó. I com més s'incrementa aquest enfrontament, més es produeix, paral·lelament, un reagrupament en blocs cada vegada més reduïts i enfrontats, com ocorria amb els "capuletos" i els "montescos", que no se sabia molt bé per quina raó s'odiaven tant: era senzillament la seua manera d'estar en el món.
Estem, per tant, en el camp de l'absurd, del que no té ni peus ni cap. Bona prova d'això és que, un populista, el primer que fa és renegar de les regles de joc i de les institucions, que han d'estar al servei del que "sent" el poble, o millor, del que el populista interpreta que el poble sent. I tota la resta és canviable, en funció del que convinga en cada moment.
La gran paradoxa que es produeix és que convergeixen en un mateix punt els populismes rampants, que busquen canviar les regles de joc substituint-les per un sistema en el qual no hi ha regles, i els partits tradicionals, que subordinen les regles, la permanència de les quals diuen defendre, als seus interessos electorals curterministes.
Potser per això s'ha dit que la polarització populista genera polarització no populista, i tota polarització s'oposa a la tolerància. Tenim, doncs, un problema molt greu.