Em sembla molt interessant l’article que recentment ha publicat Juan R. Gil
en el diari Levante-EMV, amb el títol “La Comunitat Valenciana, bajo el 155”.
El que destaca aquest periodista és que, ni en el PSPV ni en el PPCV, es
discutirà cap decisió que es prenga en la seu central de les seues
organitzacions. No és que no hi haja possibilitat alguna d’oposició, és que no
queda ningú que tinga dret de rèplica.
Com diu hui mateix Fernando Vallespín en el diari El País, “PSOE y PP han empezado a imponer una nueva dinámica
territorial. La Moncloa se entromete en la selección de sus líderes en algunas
comunidades, y los populares dejan claro que tendrán una única voz”.
Ambdós articulistes, que publiquen en mitjans diversos, coincideixen en la mateixa apreciació: els dos partits d’àmbit estatal més importants imposen una disciplina ferrenya a sengles líders territorials valencians a fi que els interessos valencians es dissolguen en els interessos dels seus partits en l’àmbit estatal.
El que diu Juan
R. Gil és açò:
Resulta muy difícil entender el
propósito de la gira por Valencia realizada esta semana por el líder nacional
del PP, Alberto Núñez Feijóo. Estamos acostumbrados a pensar que en política
siempre hay una estrategia, buena o mala, tras cada acción. No es del todo así.
En política, como en la vida, también hay ocurrencias, salidas de curva,
pasadas de frenada. Da la impresión de que este es el caso.
Feijóo ha estado, desde la Gran
Riada, tres veces en Valencia, contando esta. La primera vino para impulsar el
relato de que el Gobierno del PSOE y Sumar era el culpable y el Consell del PP,
la víctima. Lo hizo de forma tan apresurada, que dejó con el pie cambiado
incluso a Mazón, que a esas horas se deshacía en elogios hacia Pedro Sánchez.
La segunda fue con motivo de los funerales celebrados en la catedral de
Valencia, con presencia de los Reyes y de algunos (no todos) de
los familiares de las víctimas. Feijóo tuvo el acierto de acudir: no se
puede alegar, como hizo parte de la izquierda, que la ceremonia era religiosa
cuando ninguna autoridad civil, ni autonómica ni central, había sido capaz de
organizarla. Y Sánchez erró no asistiendo. Pero el líder del PP tuvo la
oportunidad aquel día de mostrar empatía con los damnificados. No lo hizo.
Pero si las otras dos tenían un
propósito táctico claro o se inscribían en la obligación que un dirigente
público adquiere ante los ciudadanos, esta tercera solo resulta comprensible
desde el estrecho y ponzoñoso marco mental en que está instalada la política en
Madrid, donde todo, desde el franquismo hasta la DANA, es susceptible de ser
utilizado como arma de destrucción masiva contra el otro. El líder del PP se
equivocó gravemente haciendo que sus voceros adelantaran su visita pregonando
que «Sánchez está con Franco y Feijóo, con los valencianos». A partir de ese
eslogan, no transmitido oficialmente pero sí jaleado por los canales habituales
del PP como parte del argumentario del día, todo adquirió una dimensión
sectaria y alejada de la preocupación por los que han sufrido la catástrofe que
teóricamente se quería demostrar.
Muchos medios han interpretado el
viaje de Feijóo como una suerte de respaldo a Mazón. En mi opinión, ha
resultado lo contrario. El miércoles, lo único que quedó claro de la minivisita
rigurosamente controlada a la zona cero que realizó el líder del PP es que el
presidente de la Generalitat aún no puede hacerla y que Feijóo tampoco lo
quiere en esa foto junto a él. El jueves, en la comparecencia conjunta que
ambos hicieron ante la prensa, el jefe del Consell quedó relegado a jugar un
papel gregario. Bajo la mirada atenta de Feijóo, Mazón protagonizó el ataque
más duro que un presidente autonómico ha lanzado nunca contra un presidente del
Gobierno, tildando a Sánchez de cruel y falto de escrúpulos, justo cuando desde
todos los sectores, incluso desde el seno de su propio Consell por boca del
vicepresidente Gan Pampols, lo que se está pidiendo es una desescalada entre
ambos Ejecutivos que permita avanzar en la reconstrucción. La intervención de
Mazón en esa declaración no fue, por tanto, en beneficio de los ciudadanos que
gobierna, sino en interés de la batalla sin cuartel que su jefe de filas y
Sánchez libran por La Moncloa.
La vulnerabilidad de la política
valenciana está llegando a un punto en el que cabe preguntarse si nos habrán
aplicado un 155 y no lo han declarado. Ya sé que el Consell no ha violado la
Constitución ni ninguna de las leyes que sostienen la convivencia, como ocurrió
en el ‘procés’. Y que, por tanto, de iure no hay nada. Pero en cuanto a la
potestad política, los valencianos la hemos perdido toda. Diana Morant, la
ministra secretaria general del PSPV, trabaja a tiempo completo como portavoz
de Sánchez en la tierra. Y Carlos Mazón, arruinado todo liderazgo por la
pantanada, depende exclusivamente de Feijóo para mantenerse en el puesto o
incluso para confiar en que le den salida si en algún momento la cúpula del PP
decidiera desprenderse de él. Tanto Sánchez como Feijóo, por si faltaba algo,
fomentan la desestabilización en beneficio de sus propios cálculos. El primero
alienta la contraposición entre Morant y la delegada del Gobierno, Pilar
Bernabé, tanto como el segundo promueve las especulaciones sobre las
posibilidades de que sean la alcaldesa de València, María José Catalá, la
‘número dos’ del Consell, Susana Camarero, o hasta el presidente de la
Diputación valenciana, Vicente Mompó, los llamados a encabezar la candidatura
del PP en unas próximas elecciones, con él apartado. Y lo hacen, Sánchez y
Feijóo, con la tranquilidad de tener a sus respectivos partidos en la Comunitat
Valenciana cautivos y desarmados. Nadie, ni en el PSPV ni en el PP, va a
discutir ninguna decisión que se tome en las sedes nacionales de sus
organizaciones. No es que no haya posibilidad alguna de oposición, es que tanto
en un caso como en otro no queda, ni siquiera, nadie que tenga derecho de
réplica. No hay, por tanto, al menos por lo que toca a los dos principales
partidos, política alguna que se haga en Valencia y se traslade a Madrid, sino
consignas que a diario y desde Madrid se imponen a Valencia. Si eso no es
suspender de facto la autonomía, ya me dirán qué es.
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