Si sucediera una vez que la
oscuridad
se hiciera más duradera, si
ocurriera
que las estrellas quedaran
pegadas al cielo y no aceptaran
retirarse en el tiempo que
despunta el alba,
todo podría intentarse, pues
seguro
que tanta exactitud tiene la culpa
de una parte importante de la pena
que nos ronda al observar
otra noche más que se va a su
hora,
sin presentar batalla,
sigilosamente,
como si con resignación renunciara
de antemano al empeño de ser
distinta.
Si acaeciera de pronto que el día
menguara y las tinieblas reinaran
en detrimento de la luz,
si fuera humanamente posible
vivir en la penumbra, sin miedo
ni queja de ninguna clase,
quizás sería el momento
de pensar en algo nuevo
que nos hiciera creer vivamente
en nuestro propio poder,
pues no somos débiles,
es tan solo que nos dejamos guiar
por unos hábitos que nos
adormecen.
Si llegara el momento sublime
en que nada fuera lo que parece,
y nadie acertara a adivinar
el verdadero sentido de las cosas,
sería la ocasión más propicia
de buscar nuestro lugar en el
mundo,
porque donde todo es previsible
no hay posibilidad de error,
y necesitamos equivocarnos mucho
para aprender a vivir con gozo
esa verdad que sólo se aprende
cuando otras verdades se desdeñan
y nada se presiente inmutable.