dimecres, 25 de novembre del 2020

"EL CUSTODI", DE TROLLOPE

La literatura ens permet aprofundir en la realitat a través de la ficció. Tot i que, de primer, puga semblar esta afirmació un tant incoherent, si pareu esment, convindreu amb mi que està carregada de lògica, perquè sempre hi ha una part de la realitat que roman amagada i la literatura ens ajuda a descobrir allò que no podem albirar a través dels sentits. Grans científics, com Stephen Hawking, ens han anunciat que un dia aconseguirem entendre l'origen i l'estructura de l'Univers, perquè estan convençuts que no hi ha cap aspecte de la realitat fora de l'abast de la ment humana. La gran paradoxa és que este optimisme epistemològic l'hem de fer compatible amb el desconeixement que tots experimenten en la vida quotidiana quan intentem saber les motivacions que mouen a un parent o a una persona pròxima a actuar d'una determinada manera. I és que, per al científic, la realitat és allò que es pot demostrar empíricament i, per tant, és susceptible d'explicar-se mitjançant lleis, però no hi ha lleis capaces d'endevinar com actuarà una persona concreta en un moment donat. I ací és on la literatura juga un paper important, perquè s'ocupa d'eixe món paralel a la vida real que ens ajuda a explicar els comportaments individuals.
En la novel·la d'Anthony Trollope, "El custodi", ens trobem davant d'un text commovedor, que ens conta la història d'un ésser humà que, per raons de consciència, sense que ningú l'obligue, sent el deure moral de renunciar al càrrec de custodi d'un asil, que li dona unes bones rendes, perquè ha comés un error en l'exercici del càrrec que la majoria de la gent consideraria disculpable. En la novel·la es fa evident que quasi ningú actuaria així, però a ell això no el consola, i a la fi assumeix la seua responsabilitat que el portarà a la ruïna.
El que la literatura ens recorda en esta nove·la és que, enllà de l'aparença i front a la mediocritat regnant, hi ha o poden haver-hi persones rectes, que no s'enganyen a si mateixes per conveniència, i que es fan responsables sense excuses dels seus actes, quan el que resultaria més còmode seria mirar cap a un altre costat i practicar l'autoengany en benefici propi. És possible, per tant, la grandesa humana.

dissabte, 14 de novembre del 2020

SOBRE LA NOVA ULTRADRETA

 


L’historiador Steven Forti (Trento, 1981) és investigador de la Universidade Nova de Lisboa i professor en la Universitat Autònoma de Barcelona, especialitzat en feixisme i transfuguisme polític als anys 30 del segle passat. És coautor del llibre Patriotas Indignados: Sobre la nueva ultraderecha en la Postguerra Fría. Neofascismo, posfascismo y nazbols (Alianza Editorial, 2019), i ha estat entrevistat per Guillem Martínez en la revista digital CTXT.

En sembla molt interessant l’entrevista, publicada el dia 12 de novembre de 2020, perquè Forti és un intel·lectual que va a l’essència de les coses, i no es deixa enganyar per les etiquetes. Fa una lectura, des de la universalitat, de fenòmens culturals, polítics i electorals que estan produint-se en distintes parts del món.

El que transcric a continuació és un extracte de l’entrevista.

Me ha sorprendido el árbol genealógico del posfascismo. Su origen en el Este europeo, y no, como viene siendo común observar, en los USA, emisor desde los setenta de elementos raros y sumamente novedosos. Otra sorpresa es la ausencia de nexo obvio con los fascismos anteriores. Sobre lo primero, ¿cómo llega a influenciar tanto esa nueva ultraderecha en los USA? Sobre lo segundo, ¿están tan alejados los posfacismos de sus abuelitos?

Lo primero: son procesos en cierto sentido paralelos y, en algunos casos, independientes. Tanto lo que pasa en Europa como lo de Estados Unidos se inserta en una época marcada por el fin de la Guerra Fría, la hegemonía neoliberal y la paulatina crisis de las democracias liberales. Las influencias, pues, son recíprocas. Por un lado, lo que pasa en el Este llega a Europa occidental, sobre todo tras la ampliación de la UE en 2004. Por el otro, en Estados Unidos se dan procesos propios, hijos de las transformaciones de la sociedad americana. Todo esto se junta hace una década. No es que antes no existiese, los gérmenes estaban ahí, pero estalla tras la crisis de 2008-2010. Y se mezcla a nivel global. No perdamos de vista el papel de grandes lobbies transnacionales, como el de las armas. O los integristas cristianos.

Sobre lo segundo: es evidente que hay elementos de continuidad –pensemos en el ultranacionalismo, la mitificación de un pasado presentado como una Arcadia feliz, la búsqueda de un enemigo, etc.–, pero el mundo ha cambiado –mucho y muy rápidamente–, y las ultraderechas también. Se mueven como pez en el agua en las grietas de nuestras sociedades multiculturales y juegan para convertir esas grietas en fracturas, yendo más allá de los clásicos clivajes izquierda-derecha. Las ultraderechas han entendido que se debe dar la batalla cultural –ahí es clave la figura de Alain de Benoist y la reflexión que hace desde los setenta–, y que se debe abandonar la lógica autoguetizante: dejar la esvástica, el saludo romano y la cabeza rapada, y ponerse una americana y una camisa blanca. Dejar de hablar del racismo biológico y pasar a conceptos más digeribles en la Europa posterior a Auschwitz, como etnopluralismo y diferencialismo. Poner en un cajón los eslóganes que huelen a azufre y hablar el lenguaje popular, defender el supuesto “sentido común”. Ojo, neofascistas y neonazis sigue habiendo, pero siguen siendo ultraminoritarios. Lo demás, es decir Trump, Salvini, Le Pen, Orbán, etc., es una nueva ultraderecha, una extrema derecha 2.0.

¿Qué y quiénes son los posfascismos en España? ¿Están ya formulados? ¿En un partido? ¿En varios? ¿Esos partidos se autoidentifican como tales? ¿El electorado los identifica como tales?

Difícilmente esos partidos se identifican como posfascistas o ultraderechistas. Ni aquí ni en Lima. Juegan con confundir las cosas. Afirman a menudo que izquierda y derecha son categorías superadas. Reivindican, a veces, también figuras de la izquierda del pasado. Dicen defender el sentido común. Fíjate en el lema que utilizó Salvini para las europeas de 2019: “Hacia una Europa del sentido común”. Te lo dice todo. Así que no puede extrañarnos que muchos electores no los identifiquen como ultraderechistas. En España, todo es muy líquido aún. Hay de todo, para entendernos. Por un lado, hay una formación, Vox, que se enmarca claramente en esta nueva ultraderecha global. Por otro lado, hay sectores ultraminoritarios que trabajan en la transformación del neofascismo, como Hogar Social Madrid o Bastión Frontal, mirando a las experiencias de CasaPound en Italia o a los identitarios franceses. Y luego hay un magma de más difícil categorización. En primer lugar, el PP que, más allá de la respuesta de Casado a Abascal en el Congreso, está viviendo un paulatino proceso de ultraderechización, como les pasó a los tories británicos que se ukipizaron, se ultraderechizaron. Sería lo que Eatwell y Goodwin llaman un “nacionalpopulismo ligero”. En segundo lugar, hay todo un entramado formado por asociaciones y lobbies, como Hazte Oír. Y en tercer lugar, está el caso de JxCAT, una amalgama nacionalpopulista que en Europa miran con recelo: no es casualidad que el único que se sacó una foto con Puigdemont en el Europarlamento fuese Nigel Farage.

El procés ha sido la declinación catalana de la ola populista global. Bebe de un mismo clima cultural y se inscribe en la misma fase histórica. Dentro del independentismo hay de todo, también sectores ultraderechistas, trumpianos, aunque rechacen esta etiqueta. Basta con fijarse en dinámicas muy presentes en esta última década como la sentimentalización de la política, la victimización, el rechazo de la legitimidad de los adversarios políticos, la concepción monista y antipluralista del pueblo, la ausencia de límites a la soberanía popular… Es lo que se define como “mayoritarismo extremo”. Y esto se junta con una renovada obsesión por la soberanía y un marcado repliegue identitario. Con un elemento novedoso: la presencia de entidades no elegidas, como el famoso “estado mayor” o “sanedrín” del procés. Son organismos que no responden ante nadie. El fantasmagórico Consell de la República va en la misma línea. Si lo miras bien, no falta nada en el procés: fíjate en la utilización de la posverdad y los bulos –el mito del “Espanya ens roba” se parece mucho a lo del brexit y el dinero “robado” por la UE al Reino Unido–, la reivindicación constante de la democracia directa o los referéndums –es lo que defendía Le Pen en su programa de 2017–, o lo que Hofstadter llamaba el “estilo paranoico de la política” –con difusión de teorías del complot, como lo de que el 17-A fue un atentado del Estado–. Incluso no faltan expresiones supremacistas y xenófobas hacia lo español. ¿Te parece normal que la expresidenta del Parlamento, Núria de Gispert, le diga a la líder de la oposición que debe marcharse de Cataluña? ¿O que un expresidente de la Generalitat, Artur Mas, o el presidente de la Cámara de Comercio de Barcelona, Joan Canadell, hablen del ADN catalán? Si lo suelta Trump o Salvini, todo el mundo les dice que son unos “fachas”. Aquí en cambio parece normal.

La cosa covid parece ser un referente para esos movimientos, que se presentan como la lucha por la libertad en pandemia. ¿Han jugado bien esos movimientos por aquí abajo?

Han copiado lo que han visto en otras latitudes, Estados Unidos y Brasil principalmente. Basta que mires a Vox y las protestas del barrio de Salamanca. El objetivo es el mismo en todos lados: polarizar y crispar para luego pescar en río revuelto. Salvini hizo lo mismo. Los negacionistas alemanes también. Aquí, sin embargo, se ha visto una mayor crudeza. Hablar de gobierno ilegítimo y asesino, por ejemplo. Giorgia Meloni, que es presidenta del grupo de los Conservadores y Reformistas Europeos, del que es miembro Vox, no se atrevería en Italia. Y esto, por aquí abajo, se junta con un toque ‘latinoamericano’, muy presente en las derechas españolas. Ya sabes, el peligro chavista-bolivariano-comunista. Una verdadera obsesión por estos lares.

Diría, hasta que usted me lo confirme, que esa nueva ultraderecha, española y catalana, apuesta por un 2021 negro. ¿Se le ocurren fórmulas para que sea menos negro democráticamente?

Que lleguen realmente las ayudas a quien las necesita. Que se refuerce el Estado del bienestar. Que se aplique un plan de recuperación serio para utilizar los fondos europeos. Que se trabaje en una reforma de calado del sistema económico español, demasiado dependiente del turismo y el ladrillo. Que se trabaje para recuperar la confianza de la ciudadanía en las instituciones. Que los partidos políticos dejen de crispar y busquen consensos. Que los medios hagan realmente su trabajo, sin transformarse en un megáfono de los bulos de la ultraderecha. Que se condene el hate speech online. En síntesis, lo que viene a ser lo mismo: que nos toque a todos el Gordo de Navidad.