No siempre es posible estar a la
altura
de lo que el tiempo espera de
nosotros,
de ahí que a veces miremos hacia
el pasado
sin nostalgia, pues el sentimiento
que nos acompaña al volver los
ojos
es un vacío interior que ha calado
muy hondo,
y no esa previsible melancolía por
todo lo perdido.
Puede ser el pasado un proscrito
durmiente
que sólo queremos ver un poco
despierto,
un amasijo de medias verdades
que rescatamos a nuestro antojo
para asumir el presente con alguna
ilusión,
y así afrontamos la realidad de
cada día
con un fondo de falsedad nada
valerosa.
Después ocurre que nuestras decisiones
cotidianas,
lejos de sanar la mentira, ahondan
en el engaño,
y aunque nos desvivimos por el
presente
resultan inútiles tantos desvelos,
porque al fin sólo atisbamos
alguna esperanza
en ese futuro que nos parece un
tiempo exento,
como si el pasado y el presente no
pudieran herirlo.