Hoy sin nostalgia puedo decir que
un día
creí en mi inocencia, al
convertirse
el mundo entero en un lugar
desapacible.
Suele ocurrir que tanta adversidad
no se sufra en vano, pues es fácil
atribuir
el hecho de sentirse solo y
hastiado
a una injusticia deliberadamente
infligida
por algo o alguien que no nos
quiere,
y así nuestra pureza se eleva hacia
lo alto,
hasta llegar a ese punto donde uno
se siente
con más derecho que nadie a
lamentarse.
Hoy sin nostalgia puedo decir que
un día
fui niño y me sentí terriblemente
perdido,
y no es suficiente el tiempo
transcurrido
para cerrar la herida que todavía
sangra,
porque estoy vivo y hay mucha vida
en ese espacio inaugural donde sin
aviso
tomé conciencia del dolor y el
atropello,
que a partir de una primera
convulsión
se esparcieron por todas partes y
ya nunca
dejaron de atormentarme con el
látigo
de la iniquidad y el yugo de la
muerte.
Hoy sin nostalgia puedo decir que
un día
sufrí antes de tiempo y eso nunca
lo podré olvidar porque me duele,
como si aquel resentimiento
primero,
que se apoderó de mí muy temprano,
valiera más que cualquier otro y
ya nada
pudiera ser tan grave como la
afrenta
padecida cuando sólo había
preguntas,
como si mis ojos sólo pudieran
mirar
con los ojos de aquel niño que
creció
descubriendo poco a poco las
respuestas.
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