El proppassat dia 20 d’abril de 2014, vaig
llegir a la revista El País Semanal,
un article de Javier Marías que em va semblar plenament encertat. En efecte,
sota el títol Los mejores y los peores,
i el subtítol Los peores se hacen fuertes
cuando los mejores carecen de convencimiento, l'esmentat escriptor començava
dient el següent:
Leí hace poco dos viejos versos de Yeats que
me parecieron verdaderos, en la medida relativa en que cualquier afirmación lo
puede ser: “Los mejores carecen de toda convicción, mientras que los peores
están llenos de apasionada intensidad”. Si me parecieron tan “verdaderos” es
porque, hasta cierto punto, y con excepciones, definen la historia de la
humanidad, y desde luego la de nuestro país.
La part
més substancial d’aquest article es concentra al llarg paràgraf final:
¿Por qué los mejores carecen a menudo de
convicción, si los asiste la razón, tienen un desarrollado sentido de la
justicia y son tolerantes con lo tolerable, procuran entender al contrario y
atienden a los argumentos de sus adversarios? Precisamente por todo eso, he ahí
la contradicción. Los mejores siempre dudan algo, siempre se paran a pensar, no
se sienten en posesión de la verdad, no son simplistas ni radicales, no tienen
una sola meta entre ceja y ceja, les repugna el oxímoron “guerra santa”, por no
mencionar “sagrada misión” y otras sandeces por el estilo. Desde mi punto de
vista uno nunca debería prestar atención a los llenos de apasionada vehemencia.
Es más, ésta es para mí motivo de desconfianza y sospecha, y, abundando en los
versos de Yeats, suele enmascarar a los peores, a los más dañinos y
autoritarios, a los que hacen abstracción de las personas y se muestran siempre
dispuestos a sacrificarlas en nombre de la Causa, o del Progreso, o del
Proyecto, o de la Nación, tanto da. Son los que olvidan que todos tenemos
solamente una vida, y que ninguna puede arruinarse por un abstracto Bien
Futuro. A estas alturas deberíamos saber todos que el futuro es una entelequia,
que no se puede configurar ni tan siquiera imaginar. Sólo importan los que
están aquí, y también algo los que estuvieron, sólo sea porque sus huellas sí
se pueden reconocer. A menudo las de los mejores están escondidas, como dice
esta otra cita de la novelista del XIX George Eliot: “Que el bien aumente en el
mundo depende en parte de actos no históricos; y que ni a vosotros ni a mí nos
haya ido tan mal en el mundo como podría habernos ido, se debe, en buena
medida, a todas las personas que vivieron con lealtad una vida anónima y
descansan en tumbas que nadie visita”. Es cierto, muchos de los mejores pasan
calladamente o hablando en susurros, jamás gritan ni vociferan, porque no están
llenos de apasionada intensidad. Pero ay de nosotros si no existieran, si no
hubieran existido siempre; si sus tumbas que nadie visita no alfombraran la
tierra discreta, la única que de verdad nos sostiene.
Si em perdoneu l’autocita, en una entrada meua
que tracta sobre la veritat i l’interès, des d’un altre punt de vista, arribe a
la mateixa conclusió:
La
veritat no és tant un “estat possessori” com un “estat d’ànim”, és a dir,
s’identifica millor amb el desig mai no consumat de conéixer-la, que ens porta
a una insatisfacció creativa, que no amb la situació fàctica de gaudir-la com a
pròpia. Aquesta circumstància, obliga a tots els seus perseguidors a professar
un rigor no sols intel·lectual sinó també vital, perquè la veritat és una
“vocació”, o –si us sembla massa emfàtica aquesta expressió– digueu-li
“aspiració”, que ens empeny a actuar d’acord amb unes normes de conducta no
subjectes a canvis, en funció d’interessos més o menys inconfessables. Al
capdavall, com deia Machado: “La verdad es la verdad, la diga Agamenón o su
porquero”.
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