No es complacencia vana sino pura
debilidad
aquello que nos incita a callar lo
que sólo aparece
como una secuela de algo y lo
tememos
cual si fuera su germen, cuando es
lo cierto
que nada origina y carece, por
tanto, de guadaña.
No es complacencia vana, tan solo
un desafío
a la verdad confundir el fruto con la causa.
Si tuviera cara, su mirada podría
ser triste
y de probada inocencia, porque su
empeño
no es esparcir la desolación, ni
su afán urdir
sutiles asechanzas. Es su oficio
tan solo estampar
su sello en lo que otros obraron,
desvelar
la calma que adviene al rostro
maltratado,
para que nadie dude cuando lo mire de frente.
Con un pie en el estribo para
coger impulso
o aguardando impasible en cada
umbral, es posible
distinguir la fuerza que socava
cuanto existe,
con sus nombres y orígenes tan
diversos,
mas el desenlace de sus acciones nunca
cambia,
y es el final, no lo olvidemos,
sólo la consumación
de un empeño que podría no existir o ser menos fiero.
Perdida su guadaña, pues, cabría
inventar
otras maneras más justas de
expresar
todo ese dolor que nos desborda y
humilla,
pues no puede el horror ser
designado
por el inerte resultado de su
tránsito,
sino por lo que es cuando se
ensaña y ofende,
siempre antes de que sobrevenga su efecto.
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