diumenge, 3 de desembre del 2017

LA SÍNDROME DE STENDHAL

Tothom ha sentit parlar de la síndrome de Stendhal, però és menys conegut el llibre de viatges on el gran escriptor francés descriu, d’una manera bellíssima i profundament emotiva per a tots els amants de l’art, els trastorns característics de l’esmentada síndrome, a mesura que els experimenta en la seua pròpia persona quan visita Florència. A continuació us transcric el text concret, i el prenc directament del llibre traduït del francés al castellà, que és al meu abast ara mateix:
Església de la Santa Croce
Florencia, 22 de enero de 1817.- Anteayer, bajando el Apenino para llegar a Florencia, mi corazón latía con fuerza. ¡Qué disparate! Por fin. En una vuelta de la carretera, mi vista abarcó la llanura y divisé a lo lejos, como una masa sombría, Santa María del Fiore y su famosa cúpula, obra maestra de Brunelleschi. “¡Allí es donde vivió Dante, Miguel Ángel, Leonardo de Vinci! –me decía–; ¡ahí está la noble ciudad, la reina de la Edad Media! Entre esas murallas comenzó de nuevo la civilización; allí Lorenzo de Médicis hizo tan bien el papel de rey, y mantuvo una corte en la que, por primera vez desde Augusto, no primaba el mérito militar.” Al final, los recuerdos se me agolpaban en el corazón, me sentía incapaz de razonar, y me abandonaba a mi locura como lo haría justo a la mujer amada. Al acercarme a la puerta San Gallo y a su lamentable arco de triunfo, con gusto habría abrazado al primer habitante de Florencia que me encontré.
Aun a riesgo de perder todos esos pequeños efectos que uno tiene a su alrededor cuando viaja, abandoné el coche inmediatamente después de la ceremonia del pasaporte. He contemplado tantas veces vistas de Florencia, que la conocía de antemano; pude caminar por sus calles sin guía. Torcí a la derecha, pasé por delante de un librero que me vendió dos descripciones de la ciudad (guide). Sólo dos veces pregunté por mi camino a transeúntes que me respondieron con una cortesía francesa y un acento singular; por fin, llegué a Santa Croce.
Tomba de Miquel Àngel
Allí, a la derecha de la puerta está la tumba de Miguel Ángel; más lejos, tenemos la tumba de Alfieri, por Canova: mi reconocimiento para esta gran figura de Italia. Diviso a continuación la tumba de Maquiavelo; y, enfrente de Miguel Ángel, reposa Galileo. ¡Qué hombres! Y la Toscana podría añadirles al Dante, Bocaccio y Petrarca. ¡Qué asombrosa reunión! Mi emoción es tan profunda, que casi roza la piedad. La religiosa oscuridad de esta iglesia, la sencilla carpintería de su techumbre, su fachada sin terminar, todo ello habla intensamente a mi alma. ¡Ay, si pudiera olvidar…! Se me acercó un monje; en vez de la repugnancia lindante con el horror físico, descubrí en mí una especie de amistad hacia él. ¡Fra Bartolomeo de San Marco fue monje también! Este gran pintor inventó el claroscuro, se lo enseñó a Rafael, y fue el precusor de Correggio. Hablé con aquel monje, en quien hallé la cortesía más perfecta. Se puso muy contento de ver a un francés. Le rogué que me abriera la capilla del ángulo noroeste (Capilla Niccolini), donde están los frescos del Volterrano. Me conduce hasta allí y me deja solo. Allí, sentado en un reclinatorio, la cabeza echada hacia atrás y apoyada en el respaldo para poder mirar al techo, las sibilas del Volterrano me proporcionaron seguramente el placer más intenso que me haya dado nunca la pintura. Estaba ya en una especie de éxtasis por la idea de estar en Florencia y por la proximidad de los grandes hombres cuyas tumbas acababa de ver. Absorto en la contemplación de la belleza sublime, la veía de cerca, la tocaba por decirlo así. Había llegado a ese punto de emoción en el que convergen las sensaciones celestes provocadas por las bellas artes y los sentimientos apasionados. Al salir de la Santa Croce, el corazón me palpitaba con fuerza, eso que llaman nervios en Berlín; la vida se había agotado en mí, caminaba con miedo a derrumbarme.

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