Tothom ha sentit parlar de la síndrome de
Stendhal, però és menys conegut el llibre de viatges on el gran escriptor
francés descriu, d’una manera bellíssima i profundament emotiva per a tots els
amants de l’art, els trastorns característics de l’esmentada síndrome, a mesura
que els experimenta en la seua pròpia persona quan visita Florència. A
continuació us transcric el text concret, i el prenc directament del llibre
traduït del francés al castellà, que és al meu abast ara mateix:
Església de la Santa Croce |
Florencia, 22 de enero de 1817.- Anteayer, bajando el Apenino para llegar
a Florencia, mi corazón latía con fuerza. ¡Qué disparate! Por fin. En una
vuelta de la carretera, mi vista abarcó la llanura y divisé a lo lejos, como
una masa sombría, Santa María del Fiore y su famosa cúpula, obra maestra de
Brunelleschi. “¡Allí es donde vivió Dante, Miguel Ángel, Leonardo de Vinci! –me
decía–; ¡ahí está la noble ciudad, la reina de la Edad Media! Entre esas
murallas comenzó de nuevo la civilización; allí Lorenzo de Médicis hizo tan
bien el papel de rey, y mantuvo una corte en la que, por primera vez desde
Augusto, no primaba el mérito militar.” Al final, los recuerdos se me agolpaban
en el corazón, me sentía incapaz de razonar, y me abandonaba a mi locura como lo
haría justo a la mujer amada. Al acercarme a la puerta San Gallo y a su
lamentable arco de triunfo, con gusto habría abrazado al primer habitante de
Florencia que me encontré.
Aun a
riesgo de perder todos esos pequeños efectos que uno tiene a su alrededor
cuando viaja, abandoné el coche inmediatamente después de la ceremonia del
pasaporte. He contemplado tantas veces vistas de Florencia, que la conocía de
antemano; pude caminar por sus calles sin guía. Torcí a la derecha, pasé por
delante de un librero que me vendió dos descripciones de la ciudad (guide).
Sólo dos veces pregunté por mi camino a transeúntes que me respondieron con una
cortesía francesa y un acento singular; por fin, llegué a Santa Croce.
Tomba de Miquel Àngel |
Allí,
a la derecha de la puerta está la tumba de Miguel Ángel; más lejos, tenemos la
tumba de Alfieri, por Canova: mi reconocimiento para esta gran figura de
Italia. Diviso a continuación la tumba de Maquiavelo; y, enfrente de Miguel
Ángel, reposa Galileo. ¡Qué hombres! Y la Toscana podría añadirles al Dante,
Bocaccio y Petrarca. ¡Qué asombrosa reunión! Mi emoción es tan profunda, que
casi roza la piedad. La religiosa oscuridad de esta iglesia, la sencilla
carpintería de su techumbre, su fachada sin terminar, todo ello habla
intensamente a mi alma. ¡Ay, si pudiera olvidar…! Se me acercó un monje; en vez
de la repugnancia lindante con el horror físico, descubrí en mí una especie de
amistad hacia él. ¡Fra Bartolomeo de San Marco fue monje también! Este gran
pintor inventó el claroscuro, se lo enseñó a Rafael, y fue el precusor de
Correggio. Hablé con aquel monje, en quien hallé la cortesía más perfecta. Se
puso muy contento de ver a un francés. Le rogué que me abriera la capilla del
ángulo noroeste (Capilla Niccolini), donde están los frescos del Volterrano. Me
conduce hasta allí y me deja solo. Allí, sentado en un reclinatorio, la cabeza
echada hacia atrás y apoyada en el respaldo para poder mirar al techo, las
sibilas del Volterrano me proporcionaron seguramente el placer más intenso que
me haya dado nunca la pintura. Estaba ya en una especie de éxtasis por la idea
de estar en Florencia y por la proximidad de los grandes hombres cuyas tumbas
acababa de ver. Absorto en la contemplación de la belleza sublime, la veía de
cerca, la tocaba por decirlo así. Había llegado a ese punto de emoción en el
que convergen las sensaciones celestes provocadas por las bellas artes y los
sentimientos apasionados. Al salir de la Santa Croce, el corazón me palpitaba
con fuerza, eso que llaman nervios en Berlín; la vida se había agotado en mí,
caminaba con miedo a derrumbarme.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada